Todos los niños saben que cuando se les cae un diente de leche lo tienen que esconder bajo la almohada y esa noche, mientras duermen, el ratoncito Pérez se llevará el diente y dejará una moneda. O al menos eso nos dejaba a los que ya no somos tan niños. Hoy el ratoncito es mucho menos materialista y se ha adaptado a dejar pequeños regalos como por ejemplo, un peluche. Entre otros, claro está.
El origen de esta tradición tiene lugar en un cuento escrito por el Jesuita Luis Coloma, por encargo de la Reina Regente María Cristina, con el objetivo de instruir al joven rey Alfonso XIII en la caridad hacia sus súbditos.
El pequeño Ratón Pérez vivía dentro de una caja de galletas en el almacén de la confitería Prast, en la Calle Arenal número 8 de Madrid, y desde ahí todas las noches se recorría la ciudad, esquivando a los gatos, visitaba las casas de los niños pobres a los que se les había caído un diente y dejaba a cambio de ese diente una moneda bajo la almohada.
Y no sabemos muy bien quien copio a quien o si la imaginación es un arma universal para contar historias, pero a lo largo de los cinco continentes, hay ratoncitos y otros seres recogiendo dientes de leche y dejando regalos.
En los países anglosajones, el Hada de los Dientes es una sigilosa visitante nocturna que llega de noche e intercambia un diente dejado debajo de la almohada por algo especial, una nota, un pequeño regalo o incluso algo de dinero.
En Francia le Petite Souris huye de los gatos con la misma función que el ratoncito Pérez. En Italia vuelve a ser un hada, Fatina Dentina. O Ratai-Chi en algunas zonas de Asia Oriental…
En definitiva, que de una forma un poco mágica, la idea de llevarse los dientes de leche y dejar un regalo se ha extendido por el mundo con diferentes nombres, a través de ratones o hadas pero con un objetivo común: repartir felicidad entre los más pequeños. Exactamente, lo que hacemos en Punapu, donde los ratones y los dientes proliferan en forma de peluches.

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